odos los cambios suscitan pérdidas a las que debemos adaptarnos esto implica, por definición, un estrés. Si éste es mucho o poco depende de distintas variables pero está directamente relacionado al tipo cambio que estemos afrontando.
Generalmente utilizamos la palabra duelo para hablar de aquel proceso emocional que comienza, con la pérdida de un ser querido. Pero ese proceso se realiza frente a distintos cambios que vamos atravesando en la vida.
Las pérdidas pueden ser:
– Pérdidas de relación, la ruptura de parejas, amistades o familiares que se distancian, etc.
– Pérdidas evolutivas inherentes al paso del tiempo, la culminación de etapas, como dejar el colegio, jubilarse, etc.
– Pérdidas de capacidades, tanto físicas como mentales, al envejecer, en ciertas operaciones o en accidentes.
– Pérdidas materiales, mudanzas, pérdida del trabajo situaciones donde la perdida material es importante o primaria, etc.
La cultura occidental entiende a la muerte o pérdida, tomando su lado más “oscuro o negativo”. La entiende como algo dramático, injusto, inaceptable, como un error, incluso como algo siniestro. En lugar de entender la muerte como algo inherente a la vida. Esta mirada acerca de las pérdidas no colabora para transitar los procesos de duelo haciéndolos bastante más pesados y dificultosos.
Al convertir a la muerte en algo dramático, generamos el deseo de mantenernos lejos, de rechazo, de no aceptación, de intentos de control o/y evasión. Esto esta en el otro extremo de la aceptación que es necesaria para poder transitar el proceso. Una mirada más natural sobre las perdidas nos permitiría anticipar, aceptar los cambios ineludibles que suceden en esta vida en constante movimiento.
Es cierto que la muerte nos enfrenta a lo irreversible, despertando sentimientos de indefensión, falta de control, impotencia, vulnerabilidad, entre otros. Las muertes o pérdidas suponen un cambio brutal que trae aparejadas múltiples amenazas e incertidumbre. Nadie acepta ni quiere contactar con este tipo de emociones y para alejarlas las hemos convertido en terroríficas. Cuando lo cierto es que son tan fundamentales como cualquier otra emoción.
Cuando transitamos un proceso de duelo pasamos por diferentes fases. En cada una de ellas hay alguna emoción que se destaca, y, (hay que saberlo) ese sentimiento está para ser transitado. Solo cuando se hace se puede continuar avanzando en el complejo entramado emocional de un duelo.
Para alcanzar este estado debemos dejarnos llevar, por momentos, por todo lo que nos va surgiendo, para no estancarnos en ninguna fase y completar todo el trance. Aceptando en lugar de evitando, lograremos transitar lo que nos sucede para en algún momento trascender el duelo.
No todos los duelos necesitan ayuda terapéutica pero cuando se advierte una desmesura respecto al tiempo, las reacciones, las emociones. Si siente trabado en alguna de las etapas. Los duelos son procesos muy costosos (emocionalmente hablando) por su complejidad, desgaste, y a veces bastante largos de transitar. Es útil pedir ayuda.
La tarea principal en un duelo es contactar con las emociones, permitiéndoles que ellas hagan su trabajo y saber acompañar con el cuerpo. Para ello tomarnos un espacio y un tiempo para que desde la experiencia suceda lo que sucede. Como si la emoción fuera una ola, a la que solo hay que permitirle que crezca, se desarrolle, llegue a su pico máximo y se desvanezca. Las emociones nos establecen las metas hacia las que se dirigen nuestras acciones, por eso son el motor de lo que hacemos. Hay que aprender a darles su lugar y respetarlas.
La terapia de activación emocional, es pionera en el abordaje de las emociones, en el marco de la terapia cognitiva de tercera generación. Donde la importancia esta puesta en reconocer las emociones desde la experiencia y el cuerpo y entender que la resolución no responde al bloqueo o control de las emociones, sino a la autorregulación de todas.